Fiesta de la palomita blanca o el valor de compartir

En el currículum de nuestra Escuela Libre Allegra, en el que tiene un gran peso la pedagogía Waldorf, las fiestas escolares suponen un acontecimiento importante. No son solo una actividad lúdica, sino que recogen un significado más profundo, que tiene que ver con valores y conductas propios del ser humano, que existen desde siempre y que las distintas sociedades han asimilado, interiorizado y representado de una u otra forma, pero siempre manteniendo la esencia a lo largo del tiempo.

Teniendo esto muy presente, la pedagogía Waldorf recoge estas celebraciones y el valor fundamental de cada una de ellas, lo que representan para el propio individuo y para su entorno, y lo materializa en una fiesta de la que participamos maestros, alumnos y familia.

En esta fecha en que nos encontramos, la fiesta que viene es la de la palomita blanca. En ella trabajamos lo personal y lo colectivo/comunitario. Y hablamos de trabajo porque pararse a reflexionar, tomar conciencia… requiere de cierto esfuerzo, especialmente por parte de los adultos, que vivimos de manera atropellada el día a día. En el caso de los niños, este esfuerzo es prácticamente inexistente, pues viven en la emoción y la experiencia, no en el pensamiento abstracto, y todo lo que sea vivencia lo integran rápidamente.

El primer valor que fomenta la fiesta de la palomita blanca es la búsqueda de la individualidad, de nuestro propio camino. Hoy en día, esta necesidad de encontrarnos con nosotros mismos está en la base de las disciplinas como el mindfulness o la meditación, a los que recurrimos porque sentimos que nos falta algo, que no somos capaces de identificar cuáles son realmente nuestros deseos, sentimientos, anhelos, miedos, fortalezas…

Si a nosotros nos ayuda vaciar nuestra mente de ruido, imaginad lo bueno que es para los pequeños que les facilitemos conectar con ellos mismos. Esta conexión la logramos reduciendo a la mínima expresión las explicaciones, dejando de un lado nuestra “verborrea” abstracta y permitiéndoles que ellos mismos sean quienes descubran, experimenten y aprendan qué ha supuesto esa vivencia.

Como padres, parece lógico que queramos contarles muchas cosas a nuestros hijos, pensando que les ayudamos a entender lo que sucede. Pero la realidad es que los pequeños, especialmente en edades infantiles, viven en el sentir, en el aquí y ahora, por lo que les resulta especialmente complicado comprender qué significa toda esa información, requieren mucho tiempo para digerirla y gestionarla, tiempo que no emplean en sacar sus propias conclusiones a partir de experiencias propias.

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Por eso, últimamente se habla mucho de los beneficios de que el niño se aburra (o los mayores, es perfectamente extrapolable). El aburrimiento no es algo negativo, muy al contrario, es necesario llegar a ese vacío de actividad para sacar lo que llevamos dentro y dar cabida a la creatividad. Desde ese aburrimiento, la calma que conlleva, conseguimos ahondar en nuestra individualidad.

Y esta conexión es la que nos lleva al segundo valor presente en la fiesta de la palomita blanca. Solo desde el autoconocimiento, comprensión y aceptación de uno mismo podemos ser generosos con los demás. Hablamos de generosidad auténtica, de entregar de corazón y no por el qué dirán o porque tenemos que hacerlo, o porque esperamos agradar al otro.

Aunque pueda sonar manido y utópico, no deja de ser cierto que la generosidad es una de las claves para lograr una sociedad mejor y, en cierto modo, como seres humanos, intentamos tender a ello. No nos gusta vivir en un entorno donde se maltrata o se menosprecia, nos gusta la alegría, la palabra amable, el poder resolver el problema de alguien o que nos ayuden a resolverlo… que son manifestaciones de la generosidad, del compartir sincero.

En nuestra Escuela Libre Allegra celebramos el día de la palomita blanca con mucha alegría, la alegría de un grupo de personas y personitas que disfrutan de la compañía del otro. Todos venimos de blanco, traemos una flor blanca cada uno con la que formamos un ramo común, y una comida o bebida de casa de color blanco, que ponemos en común y disfrutamos juntos en la hora del desayuno. Y después, jugamos en el jardín con pompas gigantes de jabón ¡nos encantan!

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