En la Escuela de Padres de nuestra escuela infantil Allegra tratamos de abordar temas de interés para los papás en su relación y día a día con sus hijos desde diferentes ámbitos, bajo la perspectiva pedagógica de R. Steiner junto con nuestra experiencia. En la primera jornada de este año hemos abordado las temidas rabietas, acompañados por Crecer Juntos con Arte, asesores psicoterapéuticos con los que compartimos puntos comunes en la gestión de estos berrinches.
Hablar de las rabietas es hablar del mundo de las emociones que descubre el niño desde que nace. En este caso, la rabieta es la manifestación del enfado, de su desacuerdo con nuestra indicación. Que el pequeño pueda identificar y tener la capacidad y posibilidad de enfadarse es totalmente necesario, un mecanismo de protección por el que aprendemos a poner nuestros propios límites (decir NO) ante las situaciones que forman parte de nuestra vida. Además, las rabietas permiten al niño establecer la diferencia entre mamá o papá y él mismo, es decir, le van dan la comprensión de su propia autonomía.
Entender esto es importante para los padres, pues nos proporciona una perspectiva diferente de las rabietas, nos libera del miedo al “qué dirán” y a que “nos la monten”, y de los complejos de ser “malos padres” por no poder evitar el llanto de nuestros hijos.
Al abordar la rabieta, además, ayudamos a nuestros hijos a asimilar herramientas para afianzar su desarrollo, al igual que ocurre si somos capaces de reflejar sus otras emociones, describirlas y validarlas. Cuando negamos al niño su derecho a enfadarse, les estamos negando el reconocimiento de esa emoción.
Claro que, en la teoría todo parece muy sencillo, pero… ¿qué ocurre en la vida real, cuando nuestro hijo está tirado por el suelo dando patadas al aire? A continuación, os dejamos algunas herramientas que pueden sernos de gran ayuda en este proceso:
- La primera es comprender e interiorizar los beneficios de las rabietas sobre nuestros hijos. Esto es un gran paso en nuestra predisposición ante estas situaciones.
- Distinguir qué hay detrás de esa manifestación emocional: la rabieta siempre tiene una intención que puede orientarnos en la manera de actuar. No es lo mismo una rabieta por agotamiento de una tarde híper ocupada, o días en los que el niño no disfruta de un ritmo y unas rutinas adecuadas, que una rabieta en la que el niño quiere atención. En el primer caso, hay que atender al niño, darle amor y comprensión (sin permitir NUNCA que nos agreda físicamente); en la segunda, los papas hemos de tener claro que una demanda de atención por esta vía tiene consecuencias generalmente agotadoras para ambos.
- Anticiparnos a la rabieta. En ocasiones está en nuestras manos evitar situaciones que sabemos que probablemente terminaran mal. Generalmente, cuando los niños están cansados, tienen hambre o sueño, las posibilidades de una rabieta se elevan. Ejemplos típicos: el niño te acompaña al súper un rato antes de cenar; dejarle que se ponga a jugar o pintar cuando llega la hora de acostarse… Para anticiparnos, las rutinas son un gran aliado. Como hemos comentado otras veces, las rutinas marcan el ritmo de actividad y el niño entiende mejor lo que sucede a su alrededor. Un niño, por sí solo, no sabe ponerse el límite de ‘finalizar el día’, ni de descanso y actividad; ellos viven lo que nosotros les damos.
- Dar un NO pero ofrecer a cambio un SÍ: podemos ofrecer una o dos opciones a nuestro hijo como alternativa a lo que nos está pidiendo. Aunque no siempre funciona, le mostramos que existen otras posibilidades por explorar cuando se cierra un camino. Pero ¡ojo! cerrar dos opciones sólo, no dar la posibilidad al niño de elegir qué quiere él. Esto supone cargarle con más peso aún, con una responsabilidad que no le corresponde.
- Desahogarnos una vez pasado el temporal: cambiar de habitación, dar una vuelta a la manzana… Perdonarnos: no vivimos ninguna relación perfecta y estable, porque nosotros tampoco lo somos. Por eso, es bueno que nos perdonemos si la forma en que hemos gestionado la rabieta no nos parece la más adecuada. Y, si durante la rabieta hemos discutido con nuestra pareja delante del niño, reconciliarnos también delante, que vea actos sinceros de perdón.
- Finalmente, es muy interesante poder jugar juntos, a juego libre (saltar, cantar, hacernos cosquillas), para reparar la pena o el enfado residuales. Podemos aprovechar este momento de distensión para hablar de qué las cosas que nos enfadan o nos molestan.
Éstas son algunas ideas que os animamos a tener presentes cuando surja la próxima rabieta. ¿Y vosotros? ¿Tenéis algún truco para ayudar a vuestros hijos en ese momento de enfado máximo? Nos encantará conocerlo.